domingo, 15 de octubre de 2000

El Palacio de Ludwigsburg, en Alemania.

Ludwigsburg es una ciudad de unos 80 mil habitantes, ubicada a pocos kilómetros de Stuttgart, en Alemania. Llegamos anoche procedentes de Colonia y nos alojamos en el departamento de unos familiares.

Hoy, por ser domingo, nos levantamos tarde. Nuestros familiares opinan que debemos conocer el palacio que está en el centro de la ciudad, así que hacia allá vamos alrededor del mediodía.

Es admirable lo bien conservado que está el Palacio de Ludwigsburg, es como si el rey Federico y su esposa, la inglesa Carlota Augusta Matilda, aún vivieran ahí. Cabe aclarar que Federico era, en realidad, un duque al que Napoleón hizo rey el 26 de diciembre de 1805, a cambio de una gran ayuda militar.

De lo más valioso que tiene el palacio es su teatro barroco, uno de los más antiguos de Europa, que conserva casi intacta la maquinaria del escenario. (Miro sorprendida el teatro sin imaginar que dentro de cinco años conoceré uno muy similar en la República Checa).

Otro lugar espectacular es la capilla privada del rey dentro de la iglesia.

Algo más: es la primera ocasión que en un palacio conozco las habitaciones de la servidumbre. De hecho, la visita empieza por ahí. Cuartos sin ventanas, amplios, pero oscuros y con poca ventilación, que están atrás de las amplias habitaciones principales.

El palacio fue un lugar inesperado. Ignoraba por completo su existencia y jamás me imaginé que en un población relativamente pequeña pudiera haber un palacio tan grande y bien conservado. Me gustó, además, la apertura con la que los alemanes muestran el lugar y cómo permiten al visitante entrar a espacios íntimos como la capilla privada del rey.

Tomo muchas fotos (aún con mi cámara de rollo).  Ignoro que dentro de pocos días, en este mismo viaje, la voy a dejar olvidada en el tren cuando, por falta de visa, me deporten de Eslovaquia. Lástima, quizá algún día regrese a reponer mis imágenes perdidas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario