martes, 5 de noviembre de 2002

Imágenes de Varsovia

Cuando aterricé en el aeropuerto de Varsovia, lo único que sabía de Polonia es que es la tierra de Lech Walesa y de Juan Pablo II. Me había rehusado a buscar información antes de mi partida, pues quería vivir la experiencia con la misma espontaneidad con la que se me había presentado la oportunidad del viaje.
Como cualquier turista, lo primero que conocí en Varsovia fue el centro histórico o ciudad antigua (Stare Miasto). Su entrada está flanqueada por El Castillo y la columna del rey Segismundo III. Dentro hay una plaza en cuyo centro se yergue la sirena, el símbolo de ciudad, circundada por coloreadas casas renacentistas. Más al norte, en la muralla, se reúnen pintores y cantantes callejeros que ofrecen su arte al transeúnte.
Descubrí después que ese idílico centro histórico es como una escenografía reconstruida a conciencia después de la Segunda Guerra Mundial; una isla rodeada por construcciones de estética comunista que parecen detenidas en la década de los 50. Alrededor de esta franja hay interminables bloques de multifamiliares entre los que se distingue uno que otro edificio de vidrio. Augurios de modernidad que desentonan con el resto del paisaje urbano.
También descubrí que lo que verdaderamente caracteriza a Varsovia es la memoria de la guerra que se respira con cada inhalación de aire helado. Está en cada calle y en cada plaza; en los monumentos, en los edificios, en los panteones, y en el recuerdo de las personas, incluso de aquellas que ni siquiera habían nacido.
Un documental que se proyecta en el Museo de Historia concluye con las imágenes de una ciudad devastada por las bombas, la dinamita, los proyectiles y el fuego; sin embargo, de entre los escombros emergen poco a poco pequeñas figuras humanas envueltas en harapos. Hombres y mujeres que con sus manos empiezan a quitar las piedras para empezar la reconstrucción.
Como si fuera un complemento del anterior, en El Castillo se proyecta un documental sobre la laboriosa reconstrucción de ese inmueble, que se realizó entre 1971 y 1984. En la última escena, una multitud festeja la puesta en marcha del reloj de la torre, lo que sucedió a la misma hora en que se detuvo, 45 años antes, al ser destruido por una bomba.
En compensación, la ciudad está llena de vida. Durante mi estancia tuvo lugar el Festival Internacional de Cine que reunió a 46 países. En los jardines Layenki se exhibía la exposición La Tierra vista desde el cielo, del fotógrafo francés Arthus-Bertrand, la misma que estuvo expuesta en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México. En la ópera se representaba Straszny Dwór (La mansión embrujada) del compositor Stanislaw Moniuszko (1819-1872), una historia romántica con tintes cómicos y un trasfondo nacionalista. El edificio de la Ópera Nacional era sede de una exposición de Picasso y en el cine, además del Festival, se exhibían El pianista, de Roman Polanski, ganadora de la Palma de Oro en Cannes, y Zemsta (La venganza) la más reciente realización del veterano y galardonado cineasta Andrezj Wajda.
En los trenes es común encontrar extranjeros en viaje de negocios: ingleses, finlandeses, holandeses conectados a su lap, discutiendo los márgenes de ganancia con su acompañante polaco. En las paradas del camión, innumerables carteles publicitarios insisten en la importancia de aprender inglés, francés, alemán y español.
Y es que Polonia, la luchadora de las mil batallas contra el invasor, espera su incorporación a la Unión Europea en 2004 con una mezcla de entusiasmo, temor e incertidumbre. Entusiasmo ante la expectativa de una mejora económica; temor a que se repitan o se recrudezcan las consecuencias adversas de inflación y desempleo que se empezaron a experimentar después de la caída del bloque comunista; incertidumbre por lo que sucederá con su cultura y su identidad al formar parte de una unidad mayor.
Con la llegada de un invierno “que este año se adelantó”, los numerosos cafés al aire libre están desolados. Las sillas vacías del Stare Miasto parecen esperar algo. Tal vez el regreso de la primavera, acompañado por la gente bulliciosa en busca del calor del sol. O tal vez el cumplimiento de la eterna promesa de una vida mejor.

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